jueves, 18 de septiembre de 2008

CURSO ON-LINE DE FILOSOFÍA PARA NECIOS I

BLOQUE I: AGARRADAS.

TEMA I: PLOTINO VS. PITÁGORAS
(Plotino a cuerno quemao con Pitágoras)


(Galatea de las Esferas, 1952; Salvador Dalí)

Después de hacerles llegar, dentro de mis modestas, qué digo modestas, mendicantes posibilidades, las más fascinantes maravillas del otro lado del Atlántico, y en espera de que alguna de ellas se costee hasta aquí, me dispongo a matar el tiempo, a la vez que sus respectivas ignorancias (siquiera a dejarlas malheridas) con unos breves apuntes, llámenlos excursos (aunque, estrictamente hablando, más fueran apuntes), que versan sobre asuntos de la más delicada metafísica, eso sí, tratados de forma tal que incluso usté; sí, usté; usté, hombre, no mire para otro lado, podrá llegar a hacerse una ligera idea del tema que se expone [bien que fragmentaria (pues no se le piden peras al olmo)].

Para abrir boca, y porque me consta que no hay nada como un buen conflicto para atraerse la atención del público, confrontaré, así, a las bravas, a dos ínclitos pensadores. Uno de ellos, apócrifo por momentos, esto es, con una débil vocación de existir, Plotino, verdadero alentador del neoclasicismo [luego del combate lo devolveremos al infierno del que jamás debió salir, concretamente a un nuevo y más aterrador, si cabe (que cabe), círculo dantesco] a través de su revisión y adaptación del platonismo. El otro, archiconocido, afamado al extremo de que pudiera llegar a sonarles, Pitágoras, que le debe en gran medida su renombre a ser considerado el precursor (factotum: ¿el que todo lo hace?) de esos tipos que van por ahí con anteojos de montura metálica, con cierto abultamiento abdominal (equívoco síntoma de hambruna), con camisetas de “IRON MAIDEN”, mirando al suelo y tropezando con todo, matemáticos, se han dado en llamar.

Por tratar de ser concisos, escuetos, sintéticos y sintácticos vamos a plantear de la siguiente forma la doctrina de cada cuál. Plotino se la pasaba, de acá para allá, con “lo Uno, lo Uno, lo Uno, lo Uno…”, así todo el día, dale que dale, ¿y Pitágoras?, lo de Pitágoras era peor, “las Partes, las Partes, las Partes, las Partes…”. No es que quiera posicionarme tan de mañana, sólo que, como comprenderán, resulta chusco, también en tiempos de cuando los hombres iban en falda, ver a toooodo un pensador mencionando las “partes”, a más a más, si ni tan siquiera son las propias, “sus” partes.

Así las cosas, de un lado del Ring Plotino, el aspirante (de pegamento), atacando con su unidad a las partes de Pitágoras (ideologica-metafisico-filosóficamente… hablando). Como toda disputa trascendente, se extenderá hasta la extenuación de ambos contrincantes, luego hasta la muerte de cada uno y, posteriormente, a través de su descendencia biológica y/o/u ideológica.

Sin embargo, por aportar algo a la riña, trataré ahora (más tarde fregaré los platos) de reconciliar a los púgiles. Y para ello me valdré de una metáfora (hubiera preferido valerme de un Winchester, pero me iban a llamar “violento” y, además, no sé si tengo tan buena puntería). Imaginen el dedo índice (o el meñique, si no andan sobrados de imaginación), se abren dos posibilidades: que imaginen el propio dedo índice o mí dedo índice (de forma análoga con el meñique). Puestos en consideraciones estéticas, el mío es más estilizado, pero el propio de cada uno servirá igualmente para la metáfora. Contémplenlo hasta justo el momento antes de llegar al éxtasis (si imaginaron el mío) o la repugnancia (si imaginaron otro), ese dedo, ése, mírenlo bien, ese dedo es “lo Uno”, Plotino saca ventaja a los puntos. Y Pitágoras contraataca “¡Para nada!”, se despacha enfurecido, “ese dedo son las Partes”. Plotino, “ese dedo es bello en su unidad, pues que a partir de dicha unidad participa de lo Uno y lo Divino”, “y yo digo”, replica Pitágoras, “que ese dedo es bello en su armonía, pues que están ordenadas sus partes de tal forma que representan el Cosmos”, que cuando Pitágoras habla del “Cosmos” tenéis que hacer cuenta de que habla del Orden, así, en mayúsculas. Luego resulta que el dedo es, a un mismo tiempo “lo Uno” (es Un dedo) y “las Partes” (así denominamos a un conjunto ordenado de falanges). Y si la belleza del dedo, ya sea como Uno o como Partes, puede ser discutible (la de su dedo, la de mi dedo queda fuera de toda dudadadada), no lo será tanto la belleza del Sol, “lo Uno”, dice Plotino, “las Partes”, salta Pitágoras, “el Sol se compone de una infinidad de explosiones simultáneas” (este conocimiento no lo tenía Pitágoras, me parece, pero yo salí a echarle una mano).

Como hablamos de las “cosas”, más o menos concretas, podemos hablar de los “conceptos”. Y, burla burlando, idéntico se me antoja el conflicto cuando se traslade a lo divino, a lo que aquél denominará “la Unidad” (o lo Uno) y éste “la Armonía” (o lo Armónico, es decir, lo que se encuentra en perfecto orden). Tan sencillo me resulta abandonar a Plotino y Pitágoras en su lucha eterna, así se maten, como dejarla eternamente zanjada pues, para decepción de todo el que haya reflexionado sobre asuntos de índole semejante, hasta el siglo XX toda aparente trifulca trascendente no es más que un desentendimiento, muchas veces alevoso, que tiene, como fuente y origen, alguna simple, llana y vulgar desavenencia semántica. Cuando decimos “el Sol” nos referimos a algo único a la vez que a un conjunto de cosas dispuestas de una determinada manera. Todo lo que puede ser unidad, material o conceptual, lo es en virtud de una propiedad común que otorgamos a la infinidad de partes que, en realidad (también en nuestra realidad psicológica) la conforman. Todo lo que es Uno es una agrupación de algo y que nos sea dado contemplarlo como unidad se debe a una convención: Uno es todo aquello que se conforma por relación de “continuidad” de sus Partes.

Ambas posturas son, agárrense, equivalentes y adolecen de idéntica limitación. Si existe la Parte, habrá de ser como contraposición a lo Uno y, existiendo lo Uno, aunque se trata de una unidad de Nada, dicha “nadería” estaría vinculada entre sí, guardaría consigo misma algún tipo de relación, llamémosla “continuidad”.
Fundamentalmente, a segregar bilis por chorraditas de este calibre dedicaron gran parte de sus vidas la inmensa mayoría de los pensadores anteriores a Nietzsche, Sartre…

…quizá ahora acaso entiendan por qué, en ocasiones, a Uno le agarren tremendas ganas de rascarse las Partes.

Pd. ¿Lo del final será un brote de escepticismo? Naaaa, no lo creo.

2 comentarios:

corvinator dijo...

Ahora entenderán por qué a uno, si es el padre de la parte, le entran ganas de agarrarlo por las idem mientras le da sensatos consejos sobre la prescindibilidad de todos los filósofos (incluídos los posteriores a Nietzche)hasta la finalización del proyecto de fin de carrera.

Anónimo dijo...

La discusión es digna de provocar escepticismo a cualquiera de "las partes" que se atienda, sin embargo, únicamente, parece tener para mi algún sentido la distinción entre Uno y Parte al hablar literalmente de las cosas indivisibles, las que por definición carecen de parte. Ésto nos haría remontarnos a las teorías atomistas iniciadas por Demócrito y refutadas posteriormente por numerosos experimentos científicos de los que se extrae la conclusión de lo dudosa que es la existencia de algo indivisible. Por tanto, a la espera de algún hallazgo alentador sobre la indivisibilidad de la materia, el concepto de unidad, es útil en tanto que simplifica y ordena de manera coloquial nuestra visión del mundo, sin embargo a escala científica y filosófica por extensión es insostenible.

PD: Huelga la falsa modestia inicial Sr. Bardallo. Exprésese sin pedir disculpas por cada letra.

Un saludo.